(Traducción al español disponible abajo)
My Brothers and Sisters in Christ,
In the wake of Hurricane Helene, my heart is heavy with the destruction and loss that has affected our communities across Western North Carolina. I grieve for those who have died and those who are still missing. Many of our homes and businesses have suffered damage, and some are still without power and necessities.
The shock and enormous devastation of this catastrophe have impacted us all. And, even now, another catastrophic hurricane, Milton, will make landfall in Florida later this evening and early tomorrow morning. It is all almost too much to bear.
Yet, even as we mourn what has been lost, I am reminded that the Church is not a building—the Church is the people.
It is YOU.
And in these challenging days, I have already witnessed the incredible strength of this diocese.
We have no control over natural disasters, but we do have control over our response.
We’ve spent the first days ensuring the safety of our clergy, our parish communities and assessing any damage to our church properties. The compassion, resilience, and generosity that I have already seen are the hallmarks of our faith.
Your acts of kindness, your willingness to help your neighbors, and your commitment to live out the love of Christ in this moment bring light into the darkness.
As we move from the search and rescue phase to the recovery phase, know that along with the diocesan staff, I am ensuring that relief efforts are coordinated.
And while the road to recovery will be long, know that you are not alone.
In times like these, I’m confident the strength and perseverance that have long defined the Diocese of Western North Carolina will shine through, and we are already coming together to meet this challenge with our steadfast Appalachian spirit.
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Mis Hermanos y Hermanas en Cristo,
Tras el paso del huracán Helene, mi corazón está triste por la destrucción y las pérdidas que han afectado a nuestras comunidades en todo el oeste de Carolina del Norte. Me duelen los que han muerto y los que siguen desaparecidos. Muchos de nuestros hogares y negocios han sufrido daños, y algunos siguen sin electricidad y sin cubrir sus necesidades.
La conmoción y la enorme devastación de esta catástrofe nos han afectado a todos. Y, aún ahora, otro huracán catastrófico, Milton, tocará tierra en Florida esta noche y mañana temprano. Es casi demasiado para soportarlo.
Sin embargo, mientras lloramos lo que se ha perdido, recuerdo que la Iglesia no es un edificio: la Iglesia son las personas.
Son ustedes.
Y en medio de estos días difíciles, he sido testigo de la increíble fortaleza de esta diócesis.
Aunque no tenemos control sobre las catástrofes naturales, sí tenemos control en como respondemos a este tipo de dificultad.
Hemos pasado los primeros días garantizando la seguridad de nuestro clero, nuestras comunidades parroquiales y evaluando cualquier daño a nuestras iglesias y comunidades. La compasión, la resistencia y la generosidad que he visto son las señas de identidad de nuestra fe.
Sus actos de bondad, su voluntad de ayudar a sus vecinos y su compromiso de vivir el amor de Cristo en este momento aportan luz a aquellos que estan aun en medio de la oscuridad.
A medida que pasamos de la fase de búsqueda y rescate a la fase de recuperación, sepan que, junto con el personal diocesano, me estoy asegurando de que los esfuerzos de socorro estén coordinados.
Y aunque el camino hacia la recuperación será largo, sepan que no están solos.
En tiempos como estos, confío en que la fuerza y la perseverancia que han definido durante tanto tiempo a la Diócesis de Carolina del Norte Occidental brillarán con luz propia, y ya nos estamos uniendo para hacer frente a este desafío con nuestro firme espíritu de los Apalaches.
Dada la situación actual, nuestro Consejo Ejecutivo Diocesano ha discernido un par de decisiones importantes para que podamos dirigir nuestra energía y atención a los esfuerzos de recuperación y socorro.
En concreto, estamos modificando nuestra convención anual de noviembre. Con el apoyo unánime del Consejo Ejecutivo, hemos decidido que no nos reuniremos en persona en Cherokee, sino que haremos dos cosas.
En primer lugar, celebraremos una breve reunión de trabajo en línea el viernes 8 de noviembre a primera hora de la tarde. En segundo lugar, invitaré a cada uno de ustedes a unirse a nosotros para dedicar el sábado 9 de noviembre a un día de servicio. Mi esperanza es que todos podamos trabajar hombro con hombro y ayudar a nuestros vecinos mientras reconstruimos y nos recuperamos. En los próximos días daremos más información sobre estas modificaciones del convenio.
Les animo a que se cuiden unos a otros. Tiendan la mano a los necesitados, ofrezcan sus oraciones y sean pacientes consigo mismos y con los demás mientras recorremos juntos este camino.
Por favor, sigan contactandose con la Archidiácona Brenda Gilbert para coordinar los esfuerzos necesarios de recuperación de su comunidad. Estamos trabajando tan rápido como podemos para organizar los recursos y movilizar la ayuda. Por favor, sepan que hemos establecido una página de Ayuda Helene en nuestra pagina web diocesano que ofrece numerosos recursos tanto para donaciones y apoyo a la recuperación.
Sobre todo, recuerde las palabras del salmista en el Salmo 46:1: Dios es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda muy presente en momentos de dificultad. Confiemos en que el Espíritu se mueve entre nosotros, incluso ahora, trayendo sanación, esperanza y la paz que sólo Cristo puede dar. Y, en medio de todo esto, no olvidemos que todos somos humanos, frágiles, sí, pero capaces de afrontar juntos los retos que nos plantea la vida.
Mis oraciones están con todos los rescatistas, con las numerosas organizaciones de ayuda y voluntarios, con cada uno de ustedes y con toda la gente del oeste de Carolina del Norte, así como con nuestros hermanos y hermanas de Florida.
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